La lucha por la vida
29 de marzo de 2011
Nos ha llegado este testimonio a través de Mariano, seglar de SMA -Sociedad de Misiones Africanas-; es de Rafa Marco, un compañero sacerdote, que se fue a Níger hace pocos meses.
Creemos que es interesante y esperanzador y por esto lo publicamos en el blog.
La lucha por la vida
En varias ocasiones tuve la oportunidad de pasar por Níger, hace ya años, atravesando el desierto por llanuras donde se pierde el horizonte, quebradas austeras y altivas, dunas de líneas exquisitas, espartales ásperos en una tierra que parece sin medida e inhóspita. Pasan las horas interminables en el vehículo sin encontrar un lugar donde descansar, una sombra donde tomar un respiro, aplastados por el sol, el termómetro bloqueado, y empujados por un viento que no cesa y que arrastra arena, polvo y una ligera angustia que se instala en medio del estómago en cuanto se levanta el sol sobre la llanura.
Entre ráfagas de polvo aparece la silueta de un hombre que nos hace señas. ¿De dónde puede venir por estos eriales? Lleva un gran turbante rasgado por una fisura que descubre el brillo de sus ojos.
- ¿Me pueden dar un poco de agua y sal? entendemos entre palabras y gestos; luego nos sonríe, nos da las gracias y se despide volviendo a sus ventoleras y tierras huidizas.
Nos hemos encontrado con unos camellos que rumian las altas hojas de unos espinos y, al final de la jornada, cuando ya se calma el viento y el sol abandona su agresividad, vemos una caravana a lo lejos que va marcando un camino a la vera de una duna dorada hacia el crepúsculo. Allí dejan la huella unos hombres que conquistan y domestican los espacios más indómitos.
Por los inmensos arenales y sierras del Aïr y del Teneré, por tierras yermas y laderas requemedas me ha sorprendido siempre el palpitar de la vida alrededor de un pozo antiguo donde unos pastores sacan agua para sus rebaños de cabras y camellos, unos niños que juegan con una pelota entre unas palmeras o unas tiendas tuareg donde te invitan a beber un trago de leche o comer el pan cocido en la arena, al sol. Raya a lo milagroso. ¿Cómo es capaz el hombre de vivir aquí? Desde tiempos inmemoriales han dejado sus estelas, sus sueños, sentimientos y actividades en pinturas rupestres de Iferhouan y tantos otros lugares.
En medio de esos hombres que caminan contra el viento y el polvo guiando sus rebaños van las Hermanitas de Foucauld con sus cabras, sus burritos dormilones y sus amplias capas de azul cielo estrellado. Pero ¿dónde van? ¿qué buscan? ¿qué pretenden unas mujeres nacidas en Paris, Ciudad Real o un barrio de Varsovia arreando a sus animalitos o curando los ojos de una niña de pelo ensortijado?. Pero ¿dónde vais?.
Me sale casi como un grito de protesta, pero son la imagen más elocuente de la Iglesia de Níger, tan pequeña e insignificante en un inmenso territorio casi tres veces el de España y quince millones de habitantes, y ella con apenas unos miles, la mayor parte venidos de Benín, Togo, Burkina, en medio de un mundo musulmán, el 99% de la población.
Cuando llegué a Niamey en el mes de Octubre pasado y asistí a la asamblea anual de la diócesis de Niamey, lo primero que me llamó la tención en la sala fue el color azul del hábito de las hermanas. Eran cinco, enseguida las fui a saludar y ya me sentí en casa.
En esa asamblea, escuchando los informes de Caritas, de la delegación sobre la formación, la promoción humana… recordaba el inmenso esfuerzo que las comunidades cristianas habían realizado por todo el país en tiempos de hambrunas, sequías devastadoras, plagas y hasta inundaciones en el país más pobre del planeta ganándose la admiración y el cariño de la población. Una Iglesia pequeña, respetuosa del Islam con el que ha cuidado de mantener una relación cercana y amistosa, que ha hecho todo lo posible por la unidad del país y la paz social, que se ha preocupado de los más pequeños y olvidados hasta en los lugares más recónditos del desierto que no están mencionados en ninguna administración, que construye escuelas y colegios donde se da la mejor formación del país, allí están los resultados de fin de curso de todos los años.
Recuerdo una vez que, de paso por la misión de Niamey, durante el desayuno, los padres comentaban las noticias y acontecimientos y esa mañana se hablaba de la lluvia, esa era la noticia: ha llovido 60 milímetros en Dogondutchi, 40 en Zinder, 55 en Dosso…si llueve otra vez de aquí en quince días se habrá salvado la cosecha de mijo de este año, comentaban esperanzados. Me llamó la atención ese interés tan inmediato y hasta acuciante.
- Es que vivimos en un país al borde de la subsistencia y nos agarramos a cualquier signo de esperanza.
Luego me he dado cuenta de que la Iglesia de Niger vive en su seno una situación similar: diminuta, frágil, un peregrino en medio del desierto, pero confiada y alegre, como un fermento en medio de la masa, un signo que no pretende hacer número ni obtener beneficios sino indicar, mostrar un sentido; así se me revelan ahora las comunidades cristianas gurmanchés del Sur, nuestras comunidades sonraïs de Tera o Dolbel y las otras hausa de Dogondutchi y la región bordeando Nigeria.
Esta mañana, en Niamey, hemos tenido una reunión los compañeros de la SMA de Níger y hemos estado hablando del sentido de nuestra presencia en estos pueblos de este país tan pobre que a veces no es nada más que eso, presencia, una mera señal que va cobrando sentido humildemente a medida que aprendemos la lengua, estudiamos las costumbres, convivimos, charlamos en el mercado con los amigos y conocidos que se van haciendo donde siempre surgen acontecimientos, personas, conversaciones que alimentan la esperanza, dan mayor estabilidad en nuestra comunidad, aparecen personas interesadas y se van tejiendo lazos de confianza.
Es la atención a lo pequeño y humilde, a los hombres y mujeres más pobres luchando con ellos por la vida, buscando soluciones, signos que van apareciendo en los pueblos donde menos se espera, sin apagar la mecha que aún humea sino más bien soplando para que vuelva a cobrar vigor.
Rafael Marco. SMA.
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